— Hola.
— ¡Perdón! Eh… ¿Quién es usted?
— ¡Hombre! Con este traje rojo, este gorro rojo, ¿usted quién cree?
— Ya, bueno, entonces le dejo hacer su trabajo.
— No, si venía a hablar con usted.
— ¿Conmigo?
— Es que…desde que era un becario no recuerdo que me ocurriese nada igual.
— ¿El qué?
— Usted ya lo sabe.
— No. No sé a que se refiere.
— ¿Ah no? Pues, como le diría, que es usted la única persona en el mundo a la que jamás le he puesto un regalo.
— ¿Cómo que no? ¿Y todo lo que está ahí con mi nombre debajo del árbol?
— Nada. Ninguno es un regalo.
— Pero bueno. ¡Qué tontería es esta!
— Sí, de verdad, no se ofenda. Por eso estoy aquí, ya le digo.
— Pero… ¿esto no es un regalo? — dijo mientras levantaba una caja envuelta en papel de color rojo.
— No. Vamos por partes: ¿Usted sabe lo que es un regalo?
— Claro.
— A ver.
— Pues, algo que se compra…perdón, que se desea que te traigan en una noche tan especial como ésta, en agradecimiento o no sé...cualquier motivación.
— Ni puta idea.
— ¿Cómo?
— Eso no es un regalo.
— ¡Ah!, ¿no?
— No.
— ¿Entonces?
— Un regalo es algo que se desea que tenga otra persona. Sin más. No es un trueque, ni un agradecimiento, ni nada de nada.
— No lo entiendo.
— Perdone mi indiscreción ¿usted a qué se dedica?
— Soy banquero.
— Ya. Buenas noches señor. Sigo con mi tarea.
Sólo existe un regalo, la amistad, el resto lo puedes comprar
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