Érase una vez un
mosquito que luchaba contra otro mosquito. La pelea era atroz. La sangre que
acaban de succionar y llenaba sus respectivos abdómenes, debido a los terribles
golpes que se producían con sus enhiestas trompas para la liza, salía a
borbotones contribuyendo a darle más fiereza, si cabe, al terrible espectáculo.
Sus gritos, mezcla de dolor y odio, ensordecían el espacio que ocupaban.
Siguieron luchando un buen rato, hasta que uno de ellos cayó muerto. El otro,
se apartó un poco del lugar de la lucha para descansar de tal mayúsculo
esfuerzo. Tenía una sensación agridulce de la victoria. Miró varias veces a su inerte
oponente intentando comprender por qué la muerte se lo había llevado todo, hasta
la supuesta felicidad que debería de haberle proporcionado el triunfo. Fue corto
el tiempo de reflexión ya que un gorrión que andaba por allí, se lo comió de un
picotazo. FIN
Un trocito de....
"Quizá tuvieran razón en colocar el amor en los libros... Quizá no podía existir en ningún otro lugar" Willian Faulkner
jueves, 23 de junio de 2016
viernes, 3 de junio de 2016
Nanorrelato nº 427. Mi Francisca
Nunca había
salido del pueblo. No le había hecho falta, ya que las necesidades surgidas en
las distintas facetas que se fue encontrando a lo largo de su vida, se fueron
solventando con los productos locales. No, no le había hecho falta. Ahora,
empapado en sudor bajo el arco de detección de metales sin comprender muy bien
porqué le trataban como a esos maleantes de las películas, a pesar de haberse
quitado la boina en señal de respeto antes de hablar con el guardia, pensaba en
cómo sería esa vida a la que tenía
que acudir para cuidar de su nieta, que le saludaba sonriente desde el otro
lado << ¡Ojalá estuviese aquí mi Francisca! Ella sí que sabía qué hacer
con los problemas modernos>>
jueves, 2 de junio de 2016
Nanorrelato nº426. El delirio...necesario
Un día, normal y
corriente por cierto, se preguntó << ¿Qué hago aquí?>> A partir de
ese instante la normalidad desapareció. Intentó echar mano de alguna fabulación
para contestarse de inmediato, pero no encontró ninguna: había perdido la
capacidad de imaginar y todo lo que tenía alrededor adquirió una dimensión
material ordinaria. Miró un poco “más allá” a través de la ventana del
despacho, pero sólo encontró la misma
vulgaridad. Bueno, sólo una cosa consiguió sobrevivir en su cabeza: esas alas que
tantas veces imaginó que le saldrían llegado el momento. Las vio desplegarse
raudas en cuanto dejó el alféizar.
A la memoria del dr.
Castilla del Pino, por su magnífico libro “El delirio, un error necesario”
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